Para abordar este tema es imprescindible tener en cuenta la capacidad de APEGO de los cuidadores, la capacidad de EMPATÍA, las habilidades en MODELOS DE CRIANZA y la habilidad de la propia familiar en VINCULARSE A OTRAS REDES.
Como es un tema suficientemente complejo y amplio como para sintetizarlo en un artículo, me ceñiré específicamente a algunas de las competencias que son claves en las figuras parentales (o cuidadores primarios) para prevenir el trauma en los niños o, en el caso que se dé, abordarlo desde una posición reparadora que minimice el impacto. Estas competencias de las que hablaremos más adelante son la mentalización y la capacidad reflexiva.
Como punto de partida, empezaremos por clarificar a qué nos referimos con trauma. En este caso nos centramos específicamente en el TRAUMA INFANTIL, que se da cuando el niño/a pasa por algún suceso terrible que no ha podido controlar y que amenaza su propia vida o la vida de alguien significativo, poniendo en riesgo su seguridad emocional. Se diferencia de sufrimiento porque el trauma sobrepasa la tolerancia del propio sujeto (el sufrimiento no necesariamente) e irrumpe fisiológicamente en él, generando una serie de consecuencias las cuales pueden ser: estrés crónico, ideas intrusivas repetidas, pesadillas, fobias con evitación, actitud fatalista, manifestaciones neurovegetativas, depresión severa, amnesia, síndrome Tourette, etc.
También tenemos que distinguir entre lo que denominamos un evento traumático como podría ser un accidente o la pérdida de un ser querido que es puntual en el tiempo, a lo que denominamos un proceso traumático que son eventos que suceden en serie y que implican traumas complejos, severos y acumulativos. Éstos últimos podrían ser niños que están expuestos de forma constante a un ambiente maltratante, que sufren abusos repetidos en un período de tiempo prolongado, que padecen abandono emocional o que están inmersos en dinámicas familiares desorganizadas donde sus necesidades no son atendidas, entre muchos otros contextos.
Retomando lo introducido al inicio, en la prevención del trauma juega un papel fundamental la mente del cuidador primario ya que ésta impregna la mente del niño (especialmente en las edades más tempranas) y perfila en gran medida su desarrollo . Como hemos dicho al inicio, dos aspectos claves para evaluar estas competencias parentales son la mentalización y la función reflexiva.
Por MENTALIZACIÓN nos referimos a la capacidad que tiene el progenitor tanto de verse desde fuera como de ver al hijo desde dentro. Esto permite que el cuidador pueda ponerse en la mente del niño y descifre su conducta no desde su propia construcción del mundo sino desde la posición del niño. Esto va a ser fundamental para generar una interacción parento-filial de calidad ya que esa relación requiere del adulto hacia el niño tanto de una conexión como de una diferenciación emocional lo suficientemente adecuada como para comprender y contener sus estados mentales desde la funcionalidad y la salud. Este proceso también ayuda a que el niño aprenda a reconocer los estados mentales de su cuidador y de sí mismo en término de pensamientos, sentimientos y deseos. Esta capacidad no sólo es un proceso cognitivo sino que también tiene que ver con la regulación afectiva y se considera uno de los mayores logros dentro del desarrollo del niño, estando íntimamente relacionada con el apego seguro.
Por otra parte, entendemos por FUNCIÓN REFLEXIVA la capacidad del cuidador de procesar la experiencia intrasubjetiva e interpersonal, pudiendo ser consciente de lo que pasa en mí y de lo que pasa entre yo y el otro. Esta capacidad también permite identificar las propias emociones y cómo éstas se relacionan con el comportamiento mostrado, lo cual ayuda a que los padres accedan de forma coherente a la propia experiencia de apego temprana y busquen no interferir en el hijo, proveyéndole de una base segura dentro de la relación.
Con un ejemplo lo podremos entender mejor. Pongámonos en el escenario que un niño está llorando. La madre que interpreta su llanto como expresión de malestar responderá desde la calidez. Sin embargo, la madre que lo interpreta como que quiere fastidiarle y no dejarla dormir responderá con hostilidad. O la madre que lo interpreta como manipulación responderá ignorándolo hasta que el niño calle, o atendiéndolo cuando su llanto exceda los límites que ella considera. Para entrar un poco más en detalle, si la respuesta de esta tercera madre es constante y continuada en el tiempo siempre que el niño llora, comportará que la representación que el niño haga de su propio estado emocional quede distorsionada en la medida que incorpora que ‘tengo que llorar durante más rato’ o 'tengo que silenciar mis necesidades aunque me sienta mal' o ‘tengo que esperar a que mi madre me atienda cuando ella quiera y no cuando yo lo necesito’.
En el siguiente vídeo se muestra un experimento donde se puede observar el efecto que tiene en la conducta de la hija la respuesta que da la madre. Como veréis, frente a la no respuesta de la madre, la niña empieza a activar su conducta para buscar su reacción y cada vez se desregula más adoptando conductas ansiosas. Tras no conseguir la reacción de la madre que se muestra plana ante la demanda de la hija, la bebé acaba teniendo conductas más orientadas a la evitación o disociación, dirigiendo la mirada hacia un punto donde no hay nada y desconectando de la madre y del contexto. Una vez la madre vuelve a atender las necesidades de la hija puede contener y regular nuevamente su estado emocional de forma que la hija vuelve a conectar con esta madre de forma positiva, lo que indicaría que esto no sucede de forma frecuente entre ellas y que está construído un apego seguro.
Por desgracia, a menudo nos encontramos con figuras parentales que presentan dificultades para sintonizar con la mente del hijo, lo que tiene un profundo impacto en el desarrollo de su self. Esto pasa porque el propio estado mental del cuidador (ya sea rabia, ansiedad, depresión) impregna la experiencia emocional del niño y, en consecuencia, el niño incorpora esos estados mentales distorsionados del cuidador como propios. Cuando esto sucede de forma persistente en el tiempo, las distorsiones de las que hablamos acaban convirtiéndose en estrategias de los niños para sobrevivir emocionalmente a la relación con su cuidador, pudiendo desarrollar comportamientos disociativos, ansiosos, evitadores, etc.
Por el contrario, aquellos padres conscientes de sus propios estados mentales, sensibles a la mente del hijo y que se muestran disponibles reúnen elementos básicos para construir una vinculación competente que provea de seguridad y protección al niño, como sería el caso de la madre del vídeo.