Muchos de nosotros tenemos creencias y supuestos de lo que debería ser la vida, de cómo nos gustaría que el otro nos tratara, de cómo funcionaría mejor la sociedad si aplicara otro modo de vida, de qué bien iría el mundo si.... Cuánta infelicidad nos ahorraríamos si dejásemos de poner tantas condiciones a la vida.
Habitualmente estos parámetros mentales que combaten la realidad tal cual se presenta suelen estar configurados por modelos rígidos que buscan la incondicionalidad y proyectan idealizaciones propias del mundo infantil la cual cosa no nos permite afrontar el mundo adulto con autonomía y madurez.
Pretender que la realidad se acomode al propio deseo nos coloca en una posición ingenua y egocéntrica similares a las de un niño que siente y piensa en términos de 'lo que yo quiero' y 'lo que yo no quiero', sin incluir el resto de elementos que matizan el mundo.
Las etapas evolutivas posteriores nos invitan a descentralizarnos del propio deseo para incluir más perspectiva y complejidad a cómo construimos el mundo. Este tránsito evolutivo suele representarse en el joven adolescente que tiene que lidiar con la frustración de unos mitos que se caen: los padres también tienen sus limitaciones, los amigos te pueden fallar, las leyes a veces son injustas, el propio esfuerzo no siempre es recompensado.... Y empieza un proceso donde elaborar la pérdida de ese mundo mágico que es indispensable para crecer y que te va adentrando al mundo adulto.
Mi perspectiva en este sentido es que por la educación y modelo sociopolítico que nos envuelve, tenemos grandes dificultades para CRECER a pesar de los años que sumamos . Y cuando hablo de crecer me refiero a tolerar mejor la decepción propia de la vida, de nosotros como seres terrenales y de las relaciones (no incondicionales) que establecemos con lo que nos rodea.
Para mí, madurar implica salir del egocentrismo, romper con los mitos, cuestionar las certezas que nos han acompañado hasta la fecha y adaptarnos a los nuevos paradigmas.
¡Pero vaya! La llegada de la PANDEMIA SANITARIA pone ante nosotros un desafío al respecto. ¡Menuda sacudida está haciendo en nuestros planes, libertades, rutinas y anhelos!
Por eso me gustaría compartir con vosotros un extracto de la obra de Virginia Satir que reflexiona sobre cómo el crecimiento emocional va de la mano de hacernos y sabernos capaces de lidiar con cualquier circunstancia que se dibuje en nuestra vida.
Desde este punto de vista Virginia Satir nos invita a dejar las expectativas a un lado para poder lidiar con lo real de la vida, desde lo que es y no desde lo que debería ser, colocando el foco en qué ajustes hace cada uno para avanzar y seguir creciendo con ella.
Esta etapa de transición con el Covid-19 alterando nuestras vidas está poniendo a prueba todo esto. En un primer momento pude poner cierta perspectiva y llevarlo medianamente bien pero confieso que esta última etapa empieza a pasarme factura. A medida que pasan la semanas y los meses, que las LIMITACIONES de contacto social, de actividades culturales, deportivas se alargan en el tiempo... y que, sin embargo, las obligaciones y preocupaciones no cesan (en todo caso aumentan) ... mi GASOLINA empieza a estar en modo RESERVA.
En estos casos sé que me conviene contactar con mi estado emocional para digerir y luego recolocar toda la información de forma integrada.
Así que me he dado permiso para estar triste y molesta por las muchas pérdidas materiales y existenciales que están habiendo a nivel individual, relacional y de salud mundial. Pero resistirnos a aceptar la vida tal como es nos lleva a la queja, a la amargura, a la impotencia y a la frustración porque la realidad siempre acaba imponiéndose, queramos o no queramos y pensemos lo que pensemos. Así que después de respetar mi ritmo para procesar todo ello, he visto claro la necesidad de tener que transformar mi posición para lidiar con la situación.
¿Cómo?
Pues como nos sugiere Satir: en lugar de batallar con cómo se me presenta la vida, quizás sea más eficaz destinar la energía en plantear qué recursos puedo movilizar para influir en las propias expectativas.
Constantemente compruebo que las personas con mayores dosis de BIENESTAR Y FELICIDAD son aquellas que saben adaptar su deseo a la realidad. Y al contrario, quienes más padecen y se amargan son los que esperan (desesperan) que la realidad se amolde a sus necesidades situándoles en una actitud de queja y victimismo frente el mundo.
Creo fírmemente que el margen de maniobra está en la responsabilidad que cada uno está dispuesto a asumir para generar los cambios que considere necesarios. Así que en lugar de quejarme o pelear con lo que es, he decidido asumir esta realidad poniendo el foco en la temporalidad y la propia autodeterminación:
Qué puedo hacer día a día para adaptarme a las circunstancias de la mejor forma posible
Qué recursos puedo poner en marcha para no frustrarme cada vez que las cosas no son como me gustaría
Qué puedo hacer yo para contribuir con mi ejemplo y mi actitud a que las cosas sean diferente
Qué ajustes tengo que activar para acercarme cada vez más a la persona que me gustaría llegar a ser
Cómo deseo que sea mi relación con mis seres queridos en esta etapa y qué movimientos me acercan a ello
Por mi parte, ahora estoy aprovechando para estar más en casa, escucharme más y mejor, cuidar de los que tengo más cerca y construir nuevas actividades a medida en las que reinventar mi creatividad.
Me gustaría que la situación sociosanitaria se restablezca más pronto que tarde. Pero, mientras tanto, me hago responsable de ejercer mi margen de acción para sentirme lo más satisfecha posible con los recursos y posibilidades que tengo a mi alcance.
Para acabar os dejo con CINCO LIBERTADES que Satir propone y que puede ser un buen ejercicio para poner en práctica la aceptación hacia uno, hacia el otro y hacia la vida:
1. La libertad de ver y oír lo que hay
(en lugar de esperar lo que debería ser, lo que era, o lo que será).
2. La libertad de decir lo que siento y pienso
(en lugar de decir lo que pienso que debería decir).
3. La libertad de sentir lo que siento
(en lugar de sentir lo que creo que debería sentir).
4. La libertad de pedir lo que quiero
(en lugar de esperar el consentimiento ajeno).
5. La libertad de correr mis propios riesgos
(en lugar de conformarme con la seguridad).
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