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Foto del escritorSílvia Pérez

Javier Iriondo - La Contra de la Vanguardia (21/03/2014)


Javier Iriondo, exdeportista de élite, hoy experto en marketing y desarrollo personal.

Tengo 47 años. Nací en Vizcaya y vivo en Valencia. Separado, tengo 4 hijos. Abandoné los estudios por el deporte. Soy miembro ejecutivo de una gestora de proyectos en Brasil. Los partidos políticos se han convertido en sectas, sólo creo en las personas. Tengo mi fe particular.

El sueño americano: A los 20 años cumplió con creces su sueño: triunfar en América como deportista de élite. Pero el sueño duró ocho meses, al cabo de los cuales se convirtió en un fracasado, en un orillado del sueño americano. Lo perdió todo y comenzó a reconstruirse con deporte y libros de autoayuda llevados a la práctica. Quince años después ha escrito una novela, Donde tus sueños te lleven (Oniro), que tiene mucho de biográfica y que arranca con una dedicatoria que de por sí sitúa al lector en las cosas esenciales: "Dedicado a mis porqués, Kelly, Kevin, Kimmy y Keith (sus hijos)". Y que termina con una frase que resume su camino: "Ahora sabes que tu pasado no determina tu futuro".

Mi horizonte siempre fue América, y gracias a la pelota vasca lo conseguí, aunque el camino estuvo plagado de ladrones de sueños.

¿Ladrones de sueños?

Sí, todos esos que te dicen: "Tú no puedes, mejor te dedicas a algo productivo". Gente con buenas intenciones y con malos consejos producto de sus miedos. Uno debe tomar sus propias decisiones aunque se equivoque una y otra vez.

¿Y qué fue de su sueño?

Se convirtió en una pesadilla. Llegué con 20 años a EE.UU. orgulloso de ser un jugador profesional, pero al cabo de ocho meses comenzó una huelga de pelota vasca que duró dos años. El dinero se acabó, pero no las facturas. Había unos cuantos esquiroles y yo estaba en un piquete, insultando a todo el mundo, lleno de rabia. Una situación delicada. Aquello se convirtió en un infierno tóxico y cruel. El ambiente era tan negativo que muchos nos entregamos al alcohol.

¿Adiós al sueño americano?

Me convertí en mi gran enemigo. El único momento en que no me torturaba era cuando estaba borracho como una cuba. Mi mente me decía: "No vales para nada, no tienes estudios, no tienes recursos y estás solo". Un día me encontré tirado en el suelo sobre mis propios vómitos, gritando al cielo y considerando la opción del suicidio.

Pero decidió vivir.

Comencé a hacer deporte seis horas diarias y conseguí un trabajo de guardaespaldas. Ante una situación como la que yo viví, o ante esta crisis, nos sentimos inocentes.

El victimismo destruye.

Sí, y ahora hay demasiada gente adscrita al club de la queja. Hay que protestar, pero si sólo hablas de lo malo, lo perpetúas. Hay que tomar perspectiva. El entorno nos influye mucho más de lo que pensamos, afecta a nuestra manera de pensar y de vivir. Deberíamos ser conscientes de que cada vez que abrimos la boca somos para el otro una influencia: destruyes o construyes. Es estéril repetir como loros malas noticias, ser un agorero.

Hábleme de su experiencia.

El "todo es una mierda" colectivo me dejó sin capacidad de reacción, así que hui de ese entorno y busqué, por primera vez, ayuda en los libros. Me leí sesenta en un año.

¿Y qué leía?

Autoayuda, y me fue muy útil: gané autoestima poniendo en práctica los consejos que leía. Al cabo de tres años volví a España.

¿Qué ideas le transformaron?

No puedes pretender que las cosas cambien si piensas y actúas de la misma manera. Si quieres conseguir algo, tienes que convertirte en la clase de persona que lo merece.

Disciplina.

Sí. Todos hemos tenido proyectos ilusionantes, pero a menudo el miedo nos asalta y se quedan por el camino. Para vencer esos miedos has de conquistarte a ti mismo y entender que lo importante no es lo que consigues, sino la clase de persona en la que te conviertes durante el proceso.

El fracaso no tiene consuelo.

Hay que desmitificar el fracaso en este país; si el Barça pierde un partido, el titular: "El Barça ha fracasado" está garantizado. El miedo vende. Pero el fracaso significa haberlo intentado y merece un aplauso.

¿Y el consuelo?

El consuelo es lo aprendido, los fracasos esculpen el carácter. El que no tiene problemas es el que está en el cementerio.

De acuerdo.

La sociedad de consumo ha condicionado la valoración de las personas en función de logros muy banales, para ser hay que tener. El mantra del ego es más: cuanto más tenga, más soy. Nos hemos convertido en animales incompletos que siempre queremos lo que no tenemos.

¿Qué fue de usted?

Me convertí en un experto en marketing y empecé a dar conferencias por el mundo. Pero antes me pasé dos años reprogramando mis pensamientos, consciente de que somos esclavos de nuestra mente y de que cada vez que señalas con un dedo hacia fuera, tres te apuntan a ti.

Está hablando de responsabilidad.

Sí, un sentimiento esquivo. Todo el mundo entiende que si quieres estar bien físicamente tienes que cuidar lo que comes; la mente es igual: si alimentas tu mente de pensamientos basura, tendrás una mente basura.

¿De qué otros fracasos ha resurgido?

De la ruina y de la separación. A los 40 años sentí que ya había llegado y dejé de formarme, de tener metas, y empezó la caída. Sin motivo aparente sentía frustración y tensión, estaba mal conmigo mismo. Todo lo que sube baja. En la vida no hay una meseta a la cual llegar: "Aquí me planto". Nos creamos una foto de futuro: "A estas alturas de la vida debería tener una familia feliz, hijos modélicos, y estabilidad emocional y financiera".

Una película de Walt Disney.

Sí, y comparamos lo que se supone que debería ser nuestra vida con la realidad, y si el presente no cuadra con las expectativas, sentimos que nos falta algo. Así es. La plenitud personal es estar en el camino, seguir mejorando, somos aprendices de por vida; y para estar alegre no hay nada mejor que ayudar a otros.


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