MADRES, PADRES, CUIDADORES... ¿QUÉ TIPO DE MUNDO TRANSMITES A TU HIJO? ¿Un mundo que proporciona calma, que es confiable, que comunica seguridad y atiende sus necesidades con serenidad?
Es innegable que nuestras acciones influyen en los otros. Más especialmente si hablamos de la conducta de los adultos con respecto a los niños.
Los niños se transforman en relación a lo que observan y perciben de los adultos con los que conviven. En relación a ello hay una frase del biólogo Maturana que suscribo completamente:
“No son los niños sino los adultos los que somos el futuro de la humanidad.
Los niños van a reflexionar, van a mentir, van a decir la verdad,
van a estar atentos a lo que ocurre, van a ser tiernos,
si nosotros los mayores, con los que conviven,
decimos la verdad, no hacemos trampa, o somos tiernos”.
Así que conviene preguntarnos...
¿QUÉ DEBEMOS CUIDAR LOS ADULTOS RESPECTO A LOS NIÑOS PARA ASUMIR NUESTRA RESPONSABILIDAD DENTRO DE SU DESARROLLO?
A continuación expongo algunas sugerencias:
MOSTRARNOS DISPONIBLES. Para dedicar tiempo de calidad a los niños no basta con 'estar' en términos físicos: "¡Si me paso todo el día en casa con ellos!" pero ese pasar tiempo con ellos se limita a compartir espacio porque el adulto ocupa ese tiempo mirando la televisión o el móvil mientras que los niños se distraen en su cuarto. La disponibilidad va sujeta necesariamente a una actitud de presencia por parte del adulto que participa y atiende activamente a los niños.
CONVERSAR CON ELLOS Y ALENTAR QUE SE EXPRESEN. Es importante interesarnos de forma auténtica por lo que piensan, lo que les preocupa y acompañarles en sus descubrimientos y posibles dificultades. Los adultos tenemos que estar dispuestos a contestar sus preguntas y ofrecer una escucha honesta.
RESPETAR SU SINGULARIDAD. Dejar que su existencia se manifieste y se extienda con sus particularidades. Es decir, generar un ambiente propicio en el que se sienta libre de poder mostrarse. Apunte: no me refiero a la ausencia de límites (que considero que son necesarios para que aprendan a ordenar sus conductas) sino a confirmar la propia idiosincrasia del niño: gustos, pensamientos, emociones, etc.
SER HONESTOS ADAPTANDO EL LENGUAJE A SU ETAPA EVOLUTIVA. Los secretos, las mentiras no son buenas aliadas de un desarrollo sano en los niños. Eso no quiere decir que compartamos con ellos toda la información de la que disponemos sino sólo aquella que consideramos que es necesaria que sepan desde el rol que ocupan. Muchas veces pecamos de ocultarles escenarios que, si sabemos explicarles ajustando nuestro discurso a su nivel de comprensión, van a poder poner palabras a sus dudas y a aquello que ya perciben en nosotros (preocupaciones, enfados, etc). De esta manera vamos a ayudarles a elaborar sanamente lo que pasa y lo que detectan en el ambiente, lo cual les hará más capaces en cuanto a la comprensión y gestión del mundo.
INCITARLES A LA REFLEXIÓN AUTÓNOMA. Tenemos que ser conscientes de los prejuicios y teorías que nos hemos configurado los adultos y cuidar de no volcarlas en ellos si éstas nos llevan a negar su vivencia y moldearlos en función de supuestos que no les pertenecen. Por contra, lo que sí podemos hacer es motivar su capacidad de tomar conciencia de sí mismos, su capacidad para cuestionar la información que les llega documentándose a la par que aprendan también a cuestionarse cosas sobre sus propias creencias y funcionamientos. Es así como irán configurando un criterio propio acerca de sí mismos y acerca del contexto en el que están envueltos. Todo ello les permitirá ir construyendo una identidad sólida sobre la que fundamentar sus elecciones personales y tomar decisiones autónomas.
CUIDAR LAS EXPECTATIVAS QUE PROYECTAMOS EN ELLOS. Las expectativas pueden hacerse visibles de forma explícita a través de comentarios del tipo: "tú tienes que ir por el camino de las ciencias que es donde hay más salida". Pero también se pueden volcar de forma implícita aunque no se acompañe de ningún comentario o gesto concreto. Un ejemplo de este último caso sería cuando el niño percibe cómo siempre hablamos con orgullo de lo bien vestida y lo exitosa que es Fulanita o cuando nosotros mismos nos reprimimos de disfrutar del ocio dando prioridad absoluta al trabajo. Estos mensajes son igualmente percibidos e integrados por los niños y no nos tenemos que extrañar si en un futuro ellos se construyen en base a estos parámetros a pesar que directamente no se los exijamos.
SER COHERENTES. Lo que les decimos tiene que ser consecuente a lo que nosotros les mostramos con nuestras acciones y formas de gestionar las situaciones tanto en la relación que mantenemos directamente con ellos como con cómo interactuamos con el resto de ámbitos.
ENSEÑARLES A COLABORAR Y SER EJEMPLO DE ELLO. Salvando ciertos matices, el hecho de convertirnos en una autoridad absoluta a la que obedecer implica la negación del sí mismo del niño. Sin embargo, si la crianza está sujeta a la importancia de aprender a colaborar estamos preservando la entidad del niño a la par que le enseñamos a reconocer la entidad del otro. Colaborar implica conjugar estas dos entidades para satisfacer una necesidad determinada y perseguir el bien común.
Por tanto, y volviendo a la introducción de la entrada de hoy, es importante tener en cuenta que el futuro se configurará en función del camino que siga la educación que los adultos ofrezcamos a los niños. El contexto base de esta educación radica en la convivencia misma entre ellos y nosotros, los mayores ya sea en el hogar, la escuela, abuelos, padres de amigos y otros adultos de referencia.
Por ese motivo y como adultos que somos, tenemos que tomar consciencia de nuestra influencia en su desarrollo puesto que nuestras acciones y formas de funcionar para con ellos y para con nosotros serán determinantes a la hora de transformar (o no) el devenir futuro de la sociedad.
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