Muchas veces me encuentro en consulta con comentaros del tipo “pero si yo no quiero pensar esto, ¿cómo es que no puedo quitármelo de la cabeza?” Una de las peores experiencias es esta impotencia a la hora de percibir una falta de control interna hacia lo que pensamos o sentimos, sintiendo que uno no impera sobre el propio funcionamiento. Así que la convicción de poder hacer frente de alguna manera a estas fuerzas ajenas a la voluntad propia, reduce la sensación de imprevisibilidad y ayuda a sentir que tenemos poder para gestionarnos.
Pero ¿por qué aparecen estos pensamientos?
Las personas con pensamientos intrusivos y obsesiones suelen tener una regulación muy ligada al deber y a la responsabilidad, dando gran importancia las reglas externas, rigiéndose así por una semántica de lo que está bien o mal.
Es común que la persona no entienda por qué aparecen estos pensamientos involuntarios que, además, vive innecesarios y sin sentido. En realidad estos pensamientos tienen una función protectora y tienen estrecha relación con componentes ligados a la justicia, certeza, pureza, integridad.
En general, podríamos decir que estos perfiles se definen en base a 3 grandes axiomas: la duda, la desconfianza y la culpa. Hoy me voy a centrar especialmente en el primero de ellos, la duda y, consecuentemente, su tendencia a la búsqueda constante de certeza y evidencia.
Frases como “no sé si hago bien o mal, si el otro tiene razón, si yo debería sentir esto, si tendría que dejar de pensar aquello…” reflejan como la duda constituye un elemento central en sus vidas. En su intento por ‘aliviar’ la incertidumbre y evitar el error, desarrollan mecanismos de control tales como pensamientos recurrentes, rituales, compulsiones … a fin de encontrar una seguridad absoluta externa que les acalle sus interrogantes. Estos mecanismos, si bien pueden disolver la duda momentáneamente, no pueden resolverla de forma definitiva pues siempre encontrarán nuevos motivos a los que someter a su mente a debate, algo que desgasta inmensamente a este tipo de perfiles y que suele ser su principal motivo de queja: “no puedo parar de pensar sobre lo sucedido hasta que encuentro una respuesta”, “ es agotador porque siento que siempre estoy alerta”.
Así que ‘resolver la duda’ es una conceptualización errónea en sí misma, y la solución pasa por INTEGRAR la duda sin intentar resolverla. De hecho, sabemos que la seguridad absoluta no existe, o si existe no podemos conocerla. Por tanto, depositar en elementos externos el poder de sosegar nuestras dudas ya sea a través de opiniones ajenas, de libros, de profesionales… contribuye a perpetuar el síntoma rumiativo propio de estos perfiles, que lejos de parar, seguirá encontrando nuevos escenarios en los que recrearse.
Como se puede inferir, todo este engranaje desprovee al sujeto de toda su capacidad real para lidiar con la duda y el error. En el momento que el foco está en lo externo a uno (las leyes, las reglas que dicta la sociedad, lo que el conocimiento ampara, lo que dice este autor…) y no está en uno mismo (lo que yo siento, pienso, deseo…) la persona queda a expensas de lo ajeno, paradójicamente algo en lo que no puede ejercer control alguno.
Pero… ¿cómo puedo fiarme de mis propias percepciones? ¿Quién me dice que lo que siento es cierto? Estas reflexiones son muy comunes en este tipo de perfiles, dudan constantemente de sus percepciones pues son subjetivas, y por tanto discutibles. Pero hay que saber que lo que uno siente es algo incuestionable, se puede opinar sobre ello, pero nunca se puede juzgar, pues uno siente lo que siente, incluso cuando no quiere, y eso es real y certero. Pero aquí entra en juego el segundo axioma nuclear en este tipo de perfiles: la desconfianza ya sea hacia los otros como la desconfianza hacia uno mismo. Por eso, muchos se preguntan ¿cómo me puedo fiar de mis percepciones si eso es algo subjetivo que sólo depende de mí? Precisamente porque depende de uno, es ahí donde radica gran parte del trabajo terapéutico. No serviría de nada, o al menos no sería terapéutico, trabajar con el paciente para proveerle de más batones de control externo que le sostengan, sino construir en él un eje interno suficientemente sólido como para que se sostenga por sí mismo. Sin una base segura en sí mismo, se encuentra perdido ante las circunstancias cambiantes de la vida, y se acoge a certezas externas alienantes que le coartan la libertad y hacen que actúe ajeno a su voluntad, como si fuera un títere en manos de otros que manejan sus propios hilos.
De hecho, su duda muchas veces se amplifica cuando hay una mirada ajena que le discute su criterio, y entonces su propia opinión acaba difuminándose con la del otro, a la que generalmente le acaba otorgando más entidad. Si nos damos cuenta, este proceso encaja perfectamente con el engranaje de su estructura, en donde asumir la postura del otro le salvaguarda de lidiar con la carga de responsabilidad que implicaría equivocarse, o no haber obrado de forma adecuada. Este escenario respondería al tercero de los axiomas mencionados al inicio, la culpa, que desarrollaré con más detenimiento en otra ocasión.
Para acabar, y recogiendo todo lo comentado acerca de la conveniencia de romper con los mecanismos alienantes en busca de certeza y la imperiosa necesidad de integrar la duda como un elemento más en la vida, el trabajo terapéutico pasa por dar la entidad que les corresponde a sus emociones y percepciones a fin de crear una evaluación propia que le confiera recursos internos suficientes para manejarse con autonomía y recuperar así las riendas de sus circunstancias.