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  • Foto del escritorSílvia Pérez

EL ELEFANTE DEL CIRCO


Ya es tarde así que qué mejor forma con la que acabar la jornada que ¡un cuento!. Espero que lo disfrutéis.

Había una vez, hace ya algún tiempo, un padre que decidió premiar el buen comportamiento de su hijo llevándole al circo que, en esos días, visitaba la ciudad. En aquellos años, los circos todavía tenían animales, y antes de la función se permitía a los visitantes que pasearan entre las jaulas para poder contemplar a las fieras salvajes que más tarde aparecerían en el espectáculo.

Jirafas, tigres, leones, osos pardos… Los ojos del niño, febriles de la emoción, iban de jaula en jaula disfrutando de la contemplación de unos seres a los que no había visto jamás, más allá de en los cuentos que había leído. Estaba alucinado, impresionado… Pero algo llamó poderosamente su atención… Y se lo hizo saber a su padre:

- Papá, fíjate en ese elefante… Es enorme, gigante, y en lugar de estar encerrado en una jaula inmensa, está atado por una pierna a una estaca clavada en el suelo. ¿No te parece que podría romper la cadena que le sujeta con mucha facilidad?

Tras echar un vistazo a donde le refería su hijo, el padre no tuvo más remedio que darle la razón:

- Estás en lo cierto, no comprendo por qué el elefante no se libera.

La cosa podría haber quedado ahí, pero padre e hijo tenían unas inquietudes sin límites desde que habían aprendido que en cada pequeña experiencia se esconde el secreto de un gran conocimiento, así que decidieron preguntarle al domador para que les aclarara sus dudas. Éste, que se estaba preparando ya para el espectáculo circense, se sorprendió por la pregunta:

- Oh-les dijo. Esta es una de las mayores enseñanzas que he obtenido yo del circo… Os felicito por haber percibido el detalle. Os lo voy a explicar: estáis en lo cierto, este elefante podría arrancar la daga que le mantiene sujeto, simplemente con proponérselo… Pero no lo hará.

-¿Por qué?- preguntaron padre e hijo al unísono.

-Porque este elefante no es salvaje, nació en cautividad-respondió el domador.

Y continuó: al poco de nacer se le ató una cadena en la pierna y se le fijó a una daga clavada en el suelo como la que hoy habéis visto. El pobre animalito lucho y luchó para intentar liberarse, estuvo días y noches peleando con la cadena, intentando arrancar la daga… Meses de lucha sin cuartel que terminaron con un pequeño elefante cansado y rendido, que renunció a luchar más porque había asumido su derrota. Y, aunque ha crecido y con su fuerza actual podría liberarse sin esfuerzo, su mente le mantiene cautivo.

Padre e hijo estaban atónitos: habrían esperado cualquier respuesta menos esa… ¡Podía escapar y no lo hacía porque desconocía su actual potencial, porque había asumido como permanentes sus limitaciones de infancia!

Después de agradecer su explicación al domador, y mientras padre e hijo se dirigían a sus asientos, aquél le dijo a éste:

- Hijo mío, recuerda bien la lección que hoy hemos aprendido: aunque intentes algo una y mil veces, y mil veces fracases, no dejes de intentarlo… Porque puede que tus nuevas aptitudes te hagan apto y capaz de lo que antaño para ti era un imposible.

El espectáculo fue impresionante y arrancó entusiastas aplausos, pero con el paso de los años lo que más recordaron padre e hijo fue la profunda enseñanza que les transmitió un domador y que hizo de ellos personas valientes, capaces de superar sus antiguos miedos y de enfrentarse cada día a las batallas cotidianas con la energía y la fiereza del que se sabe vencedor, del que no tiene más condicionamiento que sus propias capacidades.


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